El aprendizaje de la profesión que ejerce el Restaurador (léase Conservador), es un camino largo en el que se requiere conjugar el aspecto teórico con la práctica de taller. Este equilibrio necesario es elemental para que la labor de salvaguardar el Patrimonio Histórico sea efectiva y de manera concienciada.
Por un lado, el aspecto teórico —cuerpo argumental—, interesa para conocer la dialéctica de uso de la profesión y el perímetro donde ha sido enmarcado a lo largo de la historia, así como los mecanismos de intervención y las posibles propuestas futuribles, que incluyen materiales y composiciones fisico-químicas.
Ya lo diría Rudolf Arnheim: «La buena teoría del arte debe oler a taller (...)», por lo que no hace falta acentuar que la práctica, tanto de procesos artesanales y tradicionales; así como de analíticas en laboratorio, es necesaria para una cualificación profesional de la materia. De este modo, se puede afirmar que el conocimiento práctico de soportes, es elemental para un estudio completo de la obra y para la detección de patologías que requieren intervención.
Aprender el oficio del Restaurador no es sencillo, pero es posible, para ello habrá que especializarse en diferentes soportes y tratamientos tanto tradicionales como modernos, así como en las actualizaciones de productos que el mercado ofrece a profesionales de la materia; donde es tan necesario el estudio teórico como el práctico, pero que en este caso, en el de la Restauración (sea cual fuere la rama), la parte práctica tiene que ser reforzada realizando ejercicios que otorguen habilidades manuales, y de esta manera las futuras intervenciones sobre piezas reales serán efectivas en su totalidad.
Si lo que buscas es ser Restaurador profesional, no escatimes en tu aprendizaje y continúa desarrollando las habilidades que este oficio ofrece.
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